miércoles, 20 de octubre de 2010

Cartas de Jack el destripador



Querido Jefe, desde hace días no dejo de oír que la policía me ha atrapado, pero en realidad todavía no me ha pillado. En mi próximo trabajo le cortaré la oreja a la dama y se la enviaré a la policía para divertirme. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Mi cuchillo está tan bien afilado que quiero ponerme manos a la obra ahora mismo. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito [...]
Atentamente, Jack el Destripador.



No bromeaba querido jefe cuando le di el chivatazo. Mañana tendrá noticias del «Bueno de Jack». Esta vez, la cosa es doble; la primera chilló un poco y no pude rematarla, no me dio tiempo a quitarle la oreja para la policía, gracias por retener mi última carta hasta que volví al trabajo.

Jack el Destripador.



Desde el infierno. Señor Lusk. Señor le adjunto la mitad de un riñón que tomé de una mujer y que he conservado para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy rica. Puedo enviarle el cuchillo ensangrentado con que se extrajo, si se espera usted un poco. Firmado, Atrápeme si puede Señor Lusk.
Jack el Destripador.


lunes, 11 de octubre de 2010

Cadáver carbonizado - Posición de boxeador



La superficie externa del cuerpo asume un color negro, carbonizado. Presenta soluciones de continuidad sobre todo en los pliegues de flexión y articulaciones.
La actitud que presenta el cadáver es a consecuencia de un fenómeno puramente físico, debido a la rigidez muscular producto del calor, con un ligero predominio de la musculatura flexora sobre la extensora.
En las fotografías se visualizan quemaduras que van del grado III al grado IV.

Impresión dactilar en sangre



miércoles, 6 de octubre de 2010

Análisis de lesiones vitales y posmortem en el Japón feudal

En medio de la contienda, algunos samuráis decidían bajar del caballo y buscar cortar la cabeza de un rival digno. Este acto era considerado todo un honor. Además, mediante el mismo ganaban respeto entre la clase militar y se hacían acreedores al pago por sus servicios. Después de la batalla, el general victorioso pasaba revista a las cabezas de los miembros más importantes del enemigo que habían sido cortadas.
Con el correr del  tiempo se hizo frecuente la práctica en la cual un guerrero llegaba a la contienda una vez que ésta había finalizado, cortaban la cabeza de un oponente muerto para luego concurrír a reclamar por el pago de sus servicios en batalla. De esta forma es que comenzaron a realizarse estudios más minuciosos en cuanto a las características que presentaban las lesiones de las cabezas cercenadas, a fin de poder determinar si la herida había sido vital o posmortem y establecer la participación del samurai durante el combate.
Cortar la cabeza de un rival digno en el campo de batalla era motivo de gran orgullo y reconocimiento. Existía todo un ritual para embellecer las cabezas cortadas: primero eran lavadas y peinadas y una vez efectuado esto, se ennegrecían los dientes aplicando un tinte llamado ohaguro. El motivo de ennegrecer los dientes radicaba en que unos dientes blancos era un signo de distinción, por lo que aplicarles un tinte para oscurecerlos era una forma metafórica de quitarles un poco de la misma. Finalmente las cabezas eran dispuestas cuidadosamente sobre una tabla para su exposición.


La palabra samurái (侍 samurai) generalmente es utilizada para designar una gran variedad de guerreros del antiguo Japón, si bien su verdadero significado es el de una élite militar que gobernó el país durante cientos de años. El origen del samurái se data en el siglo X y se fortaleció al concluir las Guerras Genpei a finales del siglo XII.
Su momento cumbre tuvo lugar durante el período Sengoku, una época de gran inestabilidad y continuas luchas de poder entre los distintos clanes existentes, por lo que esta etapa de la historia de Japón es referida como «período de los estados en guerra». El liderazgo militar del país continuaría a manos de esta élite hasta la institución del shogunato Tokugawa en el siglo XVII por parte de un poderoso terrateniente samurái (conocidos como daimyō) llamado Tokugawa Ieyasu, quien paradójicamente, al convertirse en la máxima autoridad al ser nombrado como shōgun, luchó por reducir los privilegios y estatus social de la clase guerrera, proceso que finalmente culminó con su desaparición cuando el emperador retomó su papel de gobernante durante la Restauración Meiji en el siglo XIX.
 
Representación de Onikojima Yataroo Kazutada con la cabeza cercenada de un enemigo en la mano